Mario Verdugo: “Vamos a lograr que saquen a Martín Rivas del canon”

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Mario Verdugo ha urdido un proyecto poético tan interesante como extraño. En sus cuatro libros La novela terrígena (2011), Apología de la droga (2012), Canciones gringas (2013) y Miss poesías (2014) ha  apostado por la polifonía, una intertextualidad que se remite tanto al viejo parnaso literario como a la cultura pop y una indagación que es a su vez una especie de subversión o montaje irónico en los imaginarios territoriales que se construyen en torno a lo literario. En esta entrevista repasamos parte de su obra, su trabajo en torno a los escritores fantasmas, las comunas perdidas y sus proyectos como académico.

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1. Una banda, una película u otra obra (que no sea un libro) que haya influenciado tu trabajo literario.

Todo ese trabajo está lleno de referencias evidentes al cine, la música pop, la novela gráfica, etc. Esta sería una primera especie muy rudimentaria de “influencia”: convocar nombres, casi siempre de manera descontextualizada o recontextualizada. Los más repetidos parece que son Los Ramones, pero también salen al baile Bill Callahan, Chris Ware, Kim Gordon, los Farrelly, La invasión de los usurpadores de cuerpos y un montón más. Igual tengo claro que cuando uno nombra sujetos y objetos por el estilo, dentro y fuera de un poema, se corre el riesgo de producir un efecto de colección esnobista muy desagradable, más o menos como los pelotudos de Viste la Calle, pero digamos que además podría existir una influencia formal, de procedimientos, no solo de archivo o de onomástica. Es obvio que a cierta música le debo el gusto por las estructuras simples y repetitivas, el provecho que de pronto se le puede sacar, por ejemplo, a las rimas fáciles. Y por otro lado hay una cuestión institucional. Me interesa el modo en que algunas de esas obras buscan su lugar en la cultura: sin tanta ceremonia y sin propósitos de ocupar el centro o de salir a resolver tremendas ecuaciones en el pizarrón.

2. Una breve descripción de tus jornadas de escritura y lectura.

En realidad tengo jornadas de escritura que duran cinco años. No es hueveo. Con esa unidad de tiempo me manejo: quinquenios. Armo planes quinquenales y, de hecho, justo ahora estoy comenzando uno nuevo. De algunos quinquenios, de la mayoría para ser sincero, no ha quedado nada que valga la pena. En cuanto a la lectura, nada muy extravagante tampoco: siempre estoy armando un pack. Por lo menos un pack por semana, religiosamente. Son lecturas de diversa índole, pero lo que me importa es el efecto singular que generan en conjunto. Termino un pack, lento o rápido, y voy altiro por otro. En todo caso, le encuentro la razón al viejo Unamuno cuando dice que si uno escribe o pretende escribir, es mejor que nadie sepa cómo escribe, ni a qué hora ni de qué manera.

3. ¿La envidia y el resentimiento juegan algún papel en tu trabajo? ¿Cuál?

Pocazo intervienen, creo yo. Donde más se nota resentimiento, quizá, es en Apología de la droga, porque en ese libro está el deseo de jorobar con el orden de las familias, la heráldica familiar, en el nivel de cómo funciona la literatura chilena. Entonces armo unas familias extrañas, linajes de escritores y críticos de acuerdo a los valores fónicos de sus nombres y apellidos especialmente. Mi resentimiento se trasuntaría en el desorden un tanto irrisorio de las referencias biobibliográficas, que en Apología rara vez son verificables y que más bien responden a estrategias de despiste. Aunque me gustaría que el libro fuera más que eso, la idea es no seguir conservando aspiracionalmente los viejos lazos de parentesco. Tampoco los parentescos simbólicos que casi todos obedecen y repiten como loros.

4. Hablemos un poco sobre Canciones gringas, esa suerte de libro apócrifo sobre el desaparecido Keith Duncan. Cómo surge este proyecto y qué valor le asignas a esta especie de arqueología de desaparecidos que ese libro supone.

Los olvidados, los malos y los de mentira, la verdad es que llevo como veinte años leyendo autores malos y sobre todo autores de regiones que acostumbran considerarse malos. O sea, los leo en serio, no es solo que me entere de su existencia. El 2011 comencé a escribir en el Clinic una columna que se llamaba “Biblioteca regional, donde precisamente hablaba sobre estos autores no metropolitanos, omitidos y de alguna forma estrafalarios. Lo que me proponía era ver cómo se podía intervenir en el ordenamiento territorial de Chile a través de la obra o de las anécdotas vitales. Después me fui dando cuenta de que ese programa tenía un doble filo horrendo y que se relacionaba mucho con las Canciones gringas. Había un crítico chileno, Eliodoro Astorquiza, que decía que la literatura era como el amor o más bien como el mercado erótico: así como en el amor a nadie le faltaba dios, todos los escritores, hasta el más miserable, hasta el más ridículo, hasta el que se manda más cagadas estéticas, como uno, siempre iba a tener un alma caritativa que lo pescara. Es una cosa que de verdad puede provocar mala conciencia. Esto que podemos llamar mala literatura o subliteratura, tiene el mismo destino que lo regional: son graneros, repúblicas bananeras, son zonas de las que extraes suministros, materias primas, pero que en sí mismas valen poco y nada. No valen, a menos que alimenten a un territorio mayor, la nación, o a menos que llegue un Borges o un Puig o un Bolaño que las transformen en manufacturas presentables. De modo que en vez de una actividad arqueológica, sería una depredación de excentricidades para beneficio de alguien más, el que de veras capitaliza. Eso opera como trasfondo en lo de Keith Duncan, mucho más que una expectativa real de manipulación de la credibilidad o de engaño literario, en la línea de Max Aub con Torres Campalans o de Pedro Prado con Karez-I-Roshan. Lo otro es que siempre me ha gustado Pessoa y disgustado la lectura más cliché que se hace de Pessoa. Siempre me cuestioné para qué tanta alharaca con los heterónimos, o para qué filetear la identidad si al final se desemboca en un grupo aún más amplio de microidentidades firmes y coherentes.

5. También sobre Canciones gringas: ¿cómo surge esa intención de parodiar o jugar con ese español que más que nada es de traducciones?

Hay parodia, pero es una parodia que tiene tanto de burla como de homenaje. En realidad, creo que efectivamente escribí treinta y cuatro canciones gringas. A ese nivel de ingenuidad. Luego, tal vez Duncan sea explotable para pensar críticamente en la anglofilia poética reciente, en algunas mediaciones, en el monolingüismo, en las traducciones tipo Anagrama, en el consumo diletante, en la relación de la literatura con otras artes, en casi puros pecados míos, no de los demás.

6. En Maula, trabajo que realizaste con el fotógrafo Héctor Labarca, planteas cierta similitud entre las bases de la estética criollista y el estatus que detenta la imagen fotográfica —cierta búsqueda por una mirada limpia del paisaje, por ejemplo—. ¿Podrías referirte a esa conexión?

El título y los textos interiores son las faramallas que hice para acompañar ese catálogo o libro de fotos del gran Labarca. Te contesto diciendo que tanto la fotografía como el criollismo en algún instante fueron objeto de la misma querella. Se decía que no eran arte, sino registro menor, imitación y, más encima, mala imitación. Así fueron definidos, por Baudelaire en un caso, por críticos como Homero Castillo o Alone en el otro. Claro está que yo no podría suscribir esas definiciones, y lo que quisimos hacer en ese trabajo fue proponer otros encuadres de una identidad regional mil veces fotografiada y “criollizada”. Encuadres tramposos, encuadres maulas, con retazos de relatos muy añejos y no necesariamente maulinistas ni folclóricos, aprovechando que la palabrita (maula) existía, y que era ambigua y que ya la habían usado tipos como Efraín Barquero.

7. En su prólogo a Miss Poesías, Bruno Montané afirma que te refieres a tu trabajo allí como textos parapoéticos. ¿Qué sería una parapoética?

No se vaya a creer que es una cuestión programática o manifestaria, para nada. Lecturas chistosas no más, conversadas con Montané. Lo que pasa es que muchas veces, no siempre, se trata de textos tácticos, localizados, ubicados al lado de otros discursos ya más o menos constituidos. Textos que se pueden ubicar junto a la poesía, que la comentan, que le hacen guiños o zancadillas, y que no por ello —creo, aunque no me importa tanto eso– dejan de ser poesía. Incluso se podría hablar en ocasiones de un costumbrismo poético o de una pragmática poética, en el sentido de las relaciones estereotipadas o peculiares que la poesía ha ido teniendo con sus usuarios, qué se hace con la poesía y qué le hace la poesía y la literatura en general a los que leen, escriben, publican, se engañan, se autoengañan, etc. Pero ya digo que no es un programa ni mucho menos. En una de esas, ahora me empiezo a sumar a quienes piden la vuelta del mesías yoico en gloria y majestad, o derivo con modestia hacia variantes post-rokhianas de vociferación.

8. Tú, junto a otros escritores como Óscar Barrientos, Claudio Maldonado y Marcelo Mellado, formas parte del colectivo Pueblos Abandonados. Cuéntanos un poco sobre el trabajo que han llevado a cabo y las vinculaciones entre literatura y territorio.

El Primer Encuentro de los Pueblos Abandonados se hizo en Llolleo y después hubo un segundo en Valparaíso. Pronto vendrá el tercero. La próxima sede podría ser un enclave foráneo, como Iquitos o Salta. Según el compañero Mellado, aspiramos a la destrucción retórica de Chile o, para decirlo con mis palabras menos sediciosas, a una completa reorganización discursiva del territorio, donde estar en el “centro” ya no equivalga a estar “arriba”. Yo sé perfectamente que este es un tema que no tiene mucha venta en los mercados de la diferencia. No lo pescan las leyes antidiscriminación, ni los paladines poscoloniales, por ejemplo. Cuando mucho lo pescan los burócratas que arman los formularios del Fondo del Libro, y lo pescan para peor. Hoy en día es muy difícil que alguien se ponga a hablar mal en público de un negro, de una mujer o de un judío, pero de un provinciano puedes decir lo que quieras con total impunidad. Hasta Gramsci y Martí hablaban pestes sobre la provincia. Si se logró con el término queer, por qué no con lo provinciano. Sería divertido que ya no fuese un insulto o una cosa paternalista. Y de paso vamos a lograr que saquen a Martín Rivas del canon. Lo primero es conseguir que dejen de leer a Alberto Blest Gana en las escuelas de Copiapó.

9. Siguiendo un poco esta línea, La novela terrígena comienza con un epígrafe de Mariano Latorre que intenta pensar una suerte de proyecto estético. Háblanos un poco sobre eso y cómo se vincula con la estética que construyes en ese poemario en específico.

Se supone que las provincias son espacios estacionarios, antimodernos y por lo mismo, viciosos, corruptos y sórdidos, como charcas o aguas estancadas. Al propio Latorre lo cargaban por el exceso de descripciones, por la falta de movimiento. El término “terrígena” es un término absolutamente pasado de moda, una antigualla, pero también suena a rollo sci-fi y en ese sentido aporta algo de dinamismo. En definitiva, en los campos donde ocurre esta “novela”, o en estos espacios intermedios entre el campo y la ciudad, no debería pasar nada, porque así lo determina un tópico poderoso y, sin embargo, pasa de todo, hasta un grado delirante. Me gustó mucho una comparación que hizo Kato Ramone en una reseña: leer este libro, que está hecho de cien fragmentos regulares, es como mirar un campo cultivado desde una avioneta. Se ven puros cuadritos que parecen iguales, pero en los cuadritos siempre hay algo que se mueve.

10. A ratos tu poesía me parece más cercana a la literatura argentina que a la chilena, con guiños que recuerdan a cosas de Macedonio, Borges o César Aira.  ¿Qué opinas al respecto?

Por supuesto que me da vergüenza establecer el más mínimo parentesco por ese lado, pero si fuese así, debe ser por el mismo rollo que mencionaba recién, la faramalla de lo parapoético, lo de la pragmática literaria. Si se trata de Argentina, yo agregaría dos nombres demodé: Marechal y Mujica Láinez, autores de novelas gordas que releo y disfruto a cada rato.

11. ¿Qué estás leyendo ahora?

Hoy mismo me gustaría avanzar en unos diarios de Ángel Rama; Estoy desnudo, de Yasutaka Tsutsui; Cartografía crítica, de José Santos Herceg, y El profesor de amor, de José Parrilla.

12. Parece haber cierto consenso en torno a ciertas obras decisivas en la formación literaria en general (los clásicos de siempre: Cervantes, Homero, Borges, etc.): ¿podrías nombrar cinco títulos que no entren en esta categoría que hayan sido fundamentales para ti?

Como nombras a Cervantes y a Borges, supongo que pueden ser autores y no necesariamente libros específicos. Entonces hoy me estaría quedando con un six pack anglófilo y de lo más trillado, que me debe haber servido, aunque no sé bien para qué: Ross Macdonald, Kurt Vonnegut, Norman Mailer, Philip K. Dick, Clive Barker y J.G.Ballard.

13. Un autor o libro clásico que te ha parecido decepcionante.

Estoy casi seguro que ninguno, e incluso no encuentro que sea cliché responder que es uno mismo el que se convierte por momentos en un lector decepcionante, fruncido, apendejado, resacoso o impaciente. En general lo paso bien hasta con los clásicos del mundonovismo latinoamericano. ¡Aguante La Vorágine!

14. Sabemos que, además de la literatura, te dedicas al ámbito académico. Háblanos un poco de eso y sobre tus proyectos futuros en ambos ámbitos.

Hago clases una o dos veces a la semana en la Escuela de Arquitectura de la U. de Talca. Espero que por eso no deba hacer además un acto de contrición, como ahora último se le pide a cualquier tipo que intente escribir y que tenga a la vez una relación siquiera restringida con lo que llaman “la academia”. Me acuerdo cómo fastidiaban con este tema a algunos poetas de los noventa: los ponían como si fueran Chinos Ríos despolitizados y becados por Conicyt. Pero bueno, estoy muy engrupido con el Maule, no con la “Región” del Maule, sino con el “país” del Maule, o el “Maule antiguo”. Sobre eso estoy investigando en la universidad y desde un punto de vista que no tiene nada que ver con el regionalismo más leso, acomodaticio y defensivo. Hay un montón de narrativa, poesía y ensayo sobre ese otro territorio ficcional e histórico, el “país” del Maule, porque así lo nombran. Fue un territorio que tuvo su auge cuando el río era navegable, en el siglo diecinueve, y que se organizaba por cierto de manera transversal, en sentido este-oeste y un poco en pugna con el valle de las haciendas. Además estaba comunicado con Argentina a través de las sendas transcordilleranas de los pehuenches, los arrieros y los bandidos, y con Perú, Ecuador y hasta California y Australia por vía marítima, en fin. Después el río se empantana, se embanca, y todo esto que te cuento y que tú lo debes cachar, se funa por la imposición vertical, longitudinal, nacional-centralista, a través de infraestructuras como el tren y la carretera. En poesía estoy escribiendo algo sobre parejas y road movies, y parece que también voy a publicar una selección de mis columnas del Clinic. Este año comencé a participar además en el politburó de Ediciones Overol, que ya ha sacado tres libros muy buenos y va a sacar otros tantos lueguito, igual de buenos.

15. ¿Qué otros autores te interesan y crees que deberíamos entrevistar aquí?

Se entenderá que en mi caso no es una mera pomada decir que me interesan todos los autores. Todos los autores del mundo. Aquí es donde debería mencionar a mis amigos o a los que me mencionaron antes en este mismo canal. Igual prefiero recomendarles que entrevisten a don Andrés Gallardo.

16.- Un video de Youtube que hayas visto mucho últimamente.

Llevo semanas viendo el gol de Isla en varios idiomas, pero creo que quedo mejor presentando esto:

 

 

 

 

Jonnathan Opazo

Publicó "Junkopia" (2016), "Cangrejos" (2018), "Baja fidelidad" (2019) y "Cian" (2019).

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