Aguas servidas (Carlos Cociña)

literatura chilena

Aguas servidas (2018)

Carlos Cociña (1950)

Ediciones UDP

ISBN: 978-956-314-426-0

109 páginas

Recuerdo cuando leí por primera vez Aguas servidas. Iba en el bus que me llevaba a mi trabajo, en un taco infinito cerca del antiguo peaje Angostura. Estancado en la carretera, no podía sino mirar el río aledaño que cruza bajo el puente de Águila Sur, ese que está cerca del balneario rodeado de sauces y cabañas llamado Chitakelindo. La visión del agua de un río en el que me bañé más de una vez, el taco, la sensación del tiempo ralentizado, la claustrofobia de un bus cuyas ventanas no se podían abrir y el fétido olor a orina estimularon una lectura de Aguas servidas personalísima.

El terreno que rodea ese río es puro eriazo, las aguas fluyen contaminadas por los desechos de una chanchera y aun así la gente acampa a orilla de esa leve corriente con carpas para veranear durante días o incluso semanas. Comerciantes ambulantes van a despercudirse de meses de trabajo sin freno, a descontrolarse entre los irregulares afluentes del río, siempre a la vista de los automovilistas que viajan a un idílico sur. Lo describo y lo reconozco porque viví varios años cerca. Allí cerca disparé mi primera arma, allí cerca acompañé a mi tío a botar escombros, allí cerca enterré a dos perros que acompañaron parte de mi infancia. Y también, un poco más lejos, casi mirando de reojo, leí Aguas servidas.

La segunda vez que leí el libro fue en una notaría cerca de La Moneda, esperando a un amigo para firmar nuestro finiquito. Al llegar, me senté a leer el libro sin tomar número de atención. Cuando mi amigo y colega de trabajo cruzó la puerta, me preguntó por el libro que estaba ojeando. Al ver en los títulos de los poemas tanto número, dio vueltas las páginas y terminó leyendo de forma aleatoria. Se puso a combinar versos de los poemas intercalados entre página y página, por ejemplo, del poema “1. El primer fragmento (emisión oral primera) Estructura de la mirada” (Fragmento), tomó el verso “La tengo en las manos/ la amaso en las manos” y lo leyó seguido de los versos del poema “2. El segundo fragmento (emisión escrita primera) “Estructura de la mirada” (Fragmento)”, estos: “el ojo fijo en la presa,/ y la rapiña/ el alimento”. Mi amigo, sin darse cuenta, entró en una de las virtudes que tiene Aguas servidas: la de poder leerse en la transposición y aleatoriedad de palabras y versos.

Una de las pretensiones de la obra de Cociña es alterar ese orden de lectura lineal, numérico, pauteado del libro en papel, abrazando la idea radical de que cada lector, en sus condiciones ambientales y mentales, puede construir una lectura distinta del libro que tiene al frente. Hay poemas de Cociña que se encuentran con un motor aleatorio en la página poesiacero.cl y que se publicaron en El margen de la propia vida (Alquimia, 2013) en un sobre, para que la lectura nunca tuviera esa forzada linealidad de la encuadernación. Y así, como ese motor sugiere que el orden no interesa o más bien importa en la medida que genera otras combinaciones de lectura, Aguas servidas se enriquece entrando a ese sistema de ruleta.

Ahora que lo vuelvo a leer en la nueva edición de UDP, pienso que lo que hace Cociña en Aguas servidas es exponer a los sentidos a un calor insoportable, como separando la piel y los órganos para que vuelvan de una anestesia: la de la sobreestimulación de información, la de la dictadura, la de la automatización de la visión. Esa exposición quirúrgica a la que somete la percepción no funcionaría sino tuviera conciencia plena de los materiales con los que está operando, qué está operando y bajo qué sistema de reglas. Pareciera que Cociña ocupa los libros como laboratorios sabiendo que los lectores, al contrario de los animales de experimentación, no son de ninguna manera seres condicionados que van a responder de la misma forma y le darán alguna certeza. Los experimentos de Cociña liberan a sus conejillos de indias, les enseñan a escapar, no sin antes ponerlos en aprietos. Es Ariadna dando el hilo y también Ícaro y Dédalo enseñando a hacerlos.

No obstante, es una lectura difícil. La poesía de Cociña, sobre todo Aguas servidas, es catalogada como poesía experimental por la insólita incorporación de jerga científica, distorsionando tanto los registros llamados poéticos y científicos. No se sabe con cuál de los dos está construyendo los significados, es más, parecieran dos piezas de un puzle que no alcanzan a encajar. ¿De dónde sale esa precisión y sutileza con que intercala una referencia o intertextualidad de la tradición poética chilena en la prosa seca y extremadamente descriptiva de un manual de biología? Pero más que intercalar, su escribiente disuelve en un tubo los registros y logra conjugarlos para expresar lo que expresan.

Disolver: verbo acuoso que reduce la materia de los otros estados en la viscosidad propia del líquido. Registros que parecen tan áridos, duros o compactos como lo podrían ser las ciencias, son llevados al otro extremo, el de la literatura, cuya libertad va en contra de esta rigidez que promueve gran parte de la teoría científica.

Cociña, como dice Yanko González en la contratapa de La casa devastada (Alquimia, 2017), es muchos tiempos posteriores. No me sorprendería que Aguas servidas en unos años más se leyera en clave distópica, proyectando una geografía nacional donde se experimenta con cuerpos en condiciones de contaminación e insalubridad letales por consumo de agua (piénsese en las llamadas zonas de sacrificio, Essal en Osorno, el extremo estrés hídrico de Chile) o en clave científica, estudiando el fenómeno lingüístico como un ente vivo, digno de ser periciado por médicos: la lengua, ese virus que según Borroughs vino de otro planeta.

Aguas servidas es uno de esos grandes movimientos telúricos que logran proyectar la poesía como una escritura integral: una obra Pangea de la que derivan todas las escrituras habidas y por haber. Como los arquitectos del emperador chino que soñaban los puentes antes de construirlos, tendiendo lazos en el vacío de cada lector, anclando esos continentes separados en disciplinas bajo ese ilusorio mar de la extrema clasificación.

30 de julio de 2019

Nicolás Meneses

Profesor y editor. Autor de diversos libros.

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