Texto de presentación de “Estudios sobre la distancia” de Florencia Smiths, por Vicente Rivera

 

El lenguaje como límite del cuerpo: Una lectura de Estudios sobre la distancia

por Vicente Rivera

 

<Donde empezamos nosotros / y donde se acaban ellos> se pregunta Gabriela Mistral en el poema Hallazgo. La pregunta implica un encontrarse y reconocerse en la medida en que reconocemos al otro. Esto sucede cuando se bordean los contornos, los propios límites del cuerpo para establecer la distancia entre un cuerpo y otro. Me pregunto, a propósito de leer y releer Estudios sobre la distancia de Florencia Smiths (Pez Espiral, 2018): ¿Y si a los límites del cuerpo los constituye el lenguaje?, ¿y si entre todos los lenguajes creados como extensión de los límites del cuerpo (el escrito, la grafía, su forma más exterior, la capa más superficial, la epidermis), el lenguaje?? sea el que establece la distancia fundamental?

Es un hecho que en este último libro de Florencia se intensifica la idea de la escritura como un tejido orgánico que figura y define al sujeto, que lo separa de “lo otro”, en tanto la capa exterior se convierte en un órgano vital por el que no solo nos diferenciamos de aquello, sino que nos sensibilizamos y establecemos contacto; en donde también eso “otro” es la realidad hacia la cual crecemos, lenguaje de por medio, y de la que nos escindimos gracias a los límites de la lengua escrita. Lengua que, en la poesía de Florencia, es médula, nervio, hueso, carne y piel. Cito: <Crezco hacia la realidad / me duele crecer hacia la realidad> (Pág. 22).

Estudios sobre la distancia es un libro que sigue cierta tradición poética, poniendo en duda la eficiencia y la certidumbre de la palabra escrita, situándose siempre en el cuerpo como lugar de residencia de aquel lenguaje, o mejor dicho, como escritura incorporada, encarnada, ortopedia orgánica, injerto que como tal pertenece y no pertenece al cuerpo mismo.

Asimismo, en consecuencia, produce una despersonalización del hablante, un desdoblamiento, ya que la ambigüedad de pertenecer y no pertenecer al cuerpo anula las fronteras que permiten distinguir una cosa de otra, un sujeto de un objeto. Es decir, el lenguaje se vuelve contra sí mismo. De hecho, así comienzan estos Estudios: “Escribo contra mí” (Pág. 9) es el primer poema del libro. Y para escribir en contra de sí mismo es preciso analizar, desmontar el lenguaje que a uno lo configura.

En este sentido es un ensayo, una práctica que experimenta el ejercicio crítico sobre la propia escritura poética. Este es el gran riesgo que la poeta elige correr: escribir un libro íntimo, pero donde eso íntimo acaba mezclándose ineludiblemente con las palabras, y las palabras con lo real y lo real con el cuerpo, en consecuencia, lo personal se hace público y lo público, personal, parafraseando a Kate Millet.  Entonces, ¿dónde se sitúa la distancia si todo se ha mezclado y todo se ha confundido? Se puede enunciar entonces que es un libro de poesía que ejerce una crítica sobre el lenguaje y sobre el cual, y a pesar de todas las incertidumbres que produce, la poeta vuelve, como a un amor enfermizo y vital a la vez.

Escribe Florencia: <no sé apartarme de los poemas / en el momento preciso> (Pág. 27), por ello vuelve a la distancia su objeto de estudio. En otro, es más específica: <tampoco logro medir la distancia / carezco de todas esas lógicas evaluaciones> (Pág. 23). Pero, ¿puede el lenguaje medir la distancia que él mismo produce, si esa distancia es esa <nada que arrecia> (Pág. 35)? Al parecer, la única forma de dar medida a esa distancia es volviendo sobre sí mismo: <Morder mi corazón / sin poca hambre> (Pág. 42), escribirá la poeta y eso es: <decidir algo parecido a la sobrevivencia / dilucidar la desorganización de un cuerpo> (Pág. 42), acaso del propio cuerpo poético, como acto vital de supervivencia.

Entonces, el escribir se constituye en un acto de <legítima defensa>, como diría la poeta Ximena Rivera. Pero, ¿de qué se defiende? De aquello que al estancarse se pudre y lo infecta todo: la certidumbre, la esperanza, la escritura anquilosada bajo receta, o de ciertas exigencias al parecer sociales, por ejemplo, de que <nos piden imperativamente conservar / el trabajo y olvidarnos de la infancia> (Pág. 52).

Este es un libro en el que Florencia, por una parte, continúa buscando formas de relación entre cuerpo y escritura; he allí la importancia de los grafemas, escritos como de puño y letra a los cuales la escritora se aferraba en sus libros anteriores para sobrevivir, grafemas de los cuales intenta ahora, quizás, desprenderse. Por otra parte, si consideramos que esta escritura elaborada desde una hablante que se expresa en primera persona y que refiere a esa misma persona (es decir que habla de sí y se constituye como tal, en tanto el lenguaje la ha encarnado y le ha dado un cuerpo, individualizando al sujeto hablante), podríamos decir que hay un tono íntimo y un modo confesional, en donde lo declarado no solo tiene que ver con el universo afectivo, sino que además enfrenta los conflictos que surgen desde allí con el lenguaje verbal y por sobre todo, escrito. Se lee, por lo tanto, una poesía que, por mérito de su propio estilo, logra que su intimidad personalizada no le quite amplitud/universalidad a lo dicho, cumpliéndose aquella premisa millaneana: la poesía no es personal.

He ahí su sentido político, si observamos que ese lenguaje que individualiza y produce cierta subjetividad específica, es también el punto en común entre los seres parlantes que somos, si además consideramos aquella idea de Marcuse: <las categorías psicológicas han llegado a ser categorías políticas>. (El hombre unidimensional, Herbert Marcuse. 1964).

Si bien en toda la poesía de Smiths hay una observación y una ocupación sobre el lenguaje, creo que sus libros anteriores son una fragua que dará como resultado esta escritura, en donde los versos se organizan de tal forma que nos enfrentan ante una rítmica descompasada, versos cortados y engarzados como a destiempo, cuestión que sin generar una crisis absoluta de la sintaxis, la desarticula, dejando ver las grietas de un lenguaje que siempre ha sido mirado con sospecha, cuestión que da cuenta de una voz siempre insuficiente por su ambigüedad de facto. La propia poeta advierte sobre el procedimiento con el cual se produce aquella organización: <enfocar la mirada o quebrar el ritmo / ya es parte del anclaje> (Pág. 49).

Por último decir que con estos estudios Florencia supera en el fulgor de su acontecimiento aquello que escribió como una condena en La velocidad de la caída (Estética del tajo, Pez Espiral, 2017): <pero de mi lengua ya no me sano / de esta lengua anquilosada / que refulge cuando acontece / tampoco de mi riesgo / incluso de mis palabras> (Pág. 84).

Cartagena, diciembre 2018.

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