Marcelo Leonart: “Miedo nunca. No entra en la ecuación”

Fotografía: gentileza de Tajamar Editores

Marcelo Leonart (1970) no solo tiene una reconocida trayectoria literaria, sino que se ha construido una similar reputación en el mundo del teatro, como dramaturgo y director teatral. Es, además, guionista. Sin embargo, todo lo anterior no deja de ser una simple reseña curricular. Nos parece más interesante decir sobre él que es aquel tipo de escritor que Sartre llamaría comprometido, situado en su tiempo, conversando con la calle, que va llenando las páginas de sus libros con rabia, desconsuelo y, a ratos, con algún grado de esperanza, como pocos escritores de su generación o generaciones anteriores lo han hecho. Tal vez, el par más cercano que podamos encontrarle sea Reinaldo Lomboy, escritor chileno que escribió otro grupo de novelas y relatos furiosos y desbocados, como Ranquil o Puerto del hambre, produciendo ambos escritores, lo mejor que puede producir esa rabia que proviene de la sensación de una profunda injusticia.

Aprovechamos que acaba de publicar Weichafe (2018, Tajamar editores), para hacerle esta pequeña entrevista-cuestionario.

 

  1. Weichafe es una novela dura, que asume una posición riesgosa al elegir un bando, ubicándose claramente favorable a la causa mapuche, y asumiendo las consecuencias de ello. ¿Dónde está el origen de la idea tras Weichafe? ¿Cuál es el detonante inmediato que te hizo sentarte a escribir este relato?

La idea parte antes de la muerte de los Luchsinger, aunque obvio que la terminé después (la novela tiene un par de años). Lo que me llamó principalmente la atención fue la representación mediática del denominado “conflicto mapuche” (en realidad no es un conflicto mapuche, es un conflicto del estado chileno con los mapuche, pero en fin). En los diarios y en los noticieros aparecían en portada y con fruición los incendios de graneros y establos y camiones. Pero la muerte de Matías Catrileo —en un principio— fue tratada de manera bastante lateral. Después, incluso, cuando se empezó a establecer que fue muerto por Carabineros de una manera cobarde (por la espalda, con un fusil uzi) y que la institución falseó pruebas para alegar legítima defensa, la parafernalia comunicacional fue mínima respecto a la gravedad del hecho. Pensé: vivo en una ciudad llena de nombres mapuches, el río que cruza la ciudad como una hebra se llama Mapocho ¿Cómo me afecta a mí lo que sucede allá en el sur? Quise instalar el relato de la violencia en algo así como el living de mi casa. Quise ser testigo de ese relato. Ahí aparece Felipe, el comunero mapuche, el Weichafe, narrando con lujo de detalles la brutalidad de la noche mapuche, que es demasiado parecida a la brutalidad de la violenta noche chilena.

 

  1. Por otro lado la novela tiene una suerte de hermana en la obra teatral Noche Mapuche, donde entiendo que, con algunos cambios, usaste el mismo argumento para escribir el guion. ¿Qué diferencias relevantes hay entre Weichafe y Noche mapuche? ¿Cómo condiciona a su argumento el hecho de que la primera esté hecha para ser leída y la segunda para ser representada en un escenario?

La historia con Noche mapuche es la siguiente: La primera parte de Weichafe tiene una estructura que pudo haber tenido una forma teatral convencional. Un grupo en un living, un extraño accionando un dispositivo dramático. Mientras estábamos en temporada con Liceo de niñas (de Nona Fernández, obra que dirigí), pensé que ya había llegado la hora de escribir de nuevo teatro. Pensé que esa primera parte de Weichafe podía resultar perfecta para esto, pero con este dato (que no está en la novela): la obra debía partir con un personaje que empezaba a llenar de bidones el living. Esa imagen teatral era la chispa que necesitaba para que todo se volviera teatro. Originalmente sería una adaptación (ni siquiera sabía si publicaría Weichafe). Pero me demoré exactamente tres minutos en desecharlo. La novela tiene una forma —una estructura de pensamiento narrativa— bien inadaptable y es mucho mejor así. Pero el tema me seguía dando vuelta. Tomé la decisión de hacer una variación casi jazzística del material y me quedó algo completamente distinto (aunque fantaseé con el hecho de titular esos dos engendros con el mismo nombre de Noche mapuche). En la obra de teatro, la historia de iniciación sexual ahora la cuenta —con la perspectiva de los años— la hija del dueño del fundo. Y el departamento de clase media de la novela se transforma en un departamento del barrio alto. Los personajes reaccionan de manera diferente. Y los invasores de ese espacio también son muy distintos. Noche mapuche tiene la estructura de un sueño. Y agrega otros temas de abuso e invasión y explotación a lo largo de la historia. Son procedimientos diferentes. Pero siempre fiel a lo que pienso del teatro y la narrativa: Hago narrativa para poner en escena. Pongo en escena (en el teatro) para narrar. Mis obras son novelescas y mis novelas, teatrales. A mí me gusta así. Que se jodan los puristas. Solo la tercera parte de la novela (Datos de la causa / lo real) contiene párrafos idénticos con lo que es el tercer acto de la obra de teatro: la reconstitución de escena del asesinato de Matías Catrileo y la horrible muerte de los Luchsinger-Mackay.

 

  1. En Weichafe ligas narrativamente la muerte de la pareja Luchsinger-Mackay, poniéndola junto al asesinato de Matias Catrileo y su falta de justicia, así como el caso del atropello de Martín Larraín y su también poquísima o nula justicia. ¿No te dio miedo o recelo la acogida que pueda tener entre ciertos lectores y especialmente en la prensa, donde existe una postura casi oficial donde todo lo mapuche es malo, delincuencial, y por otro lado, los “colonos” son siempre los buenos?

Uf. ¿Escribir con miedo? No. Y menos de la acogida que podría tener entre ciertos lectores y especialmente la prensa. Escribir así sería terrible de fome, ¿o no? Para escribir una novela como Weichafe no necesitas vencer ningún miedo. Es un salto al abismo, sí. Para mí la literatura es eso: un planificado salto al vacío. Pero miedo nunca. No entra en la ecuación. Miedo te puede dar si vas corriendo por Vilcún y sientes los balazos que te zumban por la espalda. Miedo te puede dar si de repente ves tu casa devorada por el fuego. Miedo puedes sentir si piensas que vas a morir cuando te ha atropellado un jeep amarillo. Miedo puedes sentir si atropellas borracho a alguien en la noche y piensas que lo mejor que puedes hacer es arrancar y dejar un cuerpo tirado. Es muy interesante lo que sucede con la lectura de Weichafe  o con los (ciertos) espectadores de Noche mapuche. El procedimiento es claro: se cuentan hechos. Todos brutales. Repito: brutales. Sin embargo en lo único que el espectador-lector se detiene es en el terrible fin de los Luchsinger-Mackay. Ponerlo al final casi es una declaración política. (Pero fue así. El incendio ocurrió para el quinto aniversario de la muerte de Matías). Es increíble como (a algunos) los estremece más eso que todo lo que se cuenta antes. Con respecto a lo de Martín Larraín, la cosa es casi anecdótica. Hace unos años publiqué una novela que se llamaba Lacra donde retrataba, con sus datos íntimamente biográficos, a un personaje pechoño y desagradable que se llamaba don Carlos y era muy parecido —en realidad era— Carlos Larraín. Una vez publicada, sucede el incidente donde Martín Larraín atropella y da muerte Hernán Canales, huyendo del lugar. Pensé: Obvio que lo habría puesto en Lacra. En la ficción quise poner a un tipo promedio —un verdadero pastel clasemediero, Joel— en una disyuntiva moral similar a la de Larraincito ese Dieciocho en un camino rural Cauquenes. La idea era —lo mismo que hice en Lacra con su señor padre— ponerse en la cabeza de quién ha hecho algo así. Obviamente Joel reacciona distinto a Larraín. Obviamente Joel no tiene los contactos de Larraín. No tiene plata para ofrecer a una especie de viuda. No tiene un papito capaz de pagar una autopsia falsificada. Y —obvio— finalmente tiene otra moral. En esa ligazón que hago entre los casos siempre termino con las condenas del poder judicial. Es simpático como poner eso sin opinión… termina expresando obviamente una opinión.

Y otra cosa (que se nos ha dicho con respecto a Noche mapuche y también de Weichafe): Se nos acusa de tomar partido. Que no expresa “los hechos” para que “el lector” o “el espectador” (ese ente suprarreal) juzgue. Bueno, de hecho el lector y el espectador pueden tener su opinión (eso siempre). Pero ¿es malo dar la opinión desde la obra? ¿Es necesariamente mejor tomar palco en situaciones como esta? Yo creo que no. Vengo del teatro. La complejidad ahí no está confrontada con el hecho de tomar partido. Sófocles (usando a su propio protagonista como arma) le quita los ojos a Edipo por haber matado a su padre y haberse acostado con su madre. En Un enemigo del pueblo ¿no está Stockman en contra de los empresarios inescrupulosos que están contaminando las aguas? En Las brujas de Salem, ¿debería Arthur Miller preguntarse si existe o no la brujería, si es lícito o no acusar a la gente y mandarla a la horca? ¿Debería poner superstición y la razón en el mismo nivel? En Fuenteovejuna, ¿debería Lope relativizar -poner en contexto- la violencia sexual del comendador y/o condenar por primitiva la venganza del pueblo?

Ojo: Noche mapuche y Weichafe no son obras de denuncia. Pero toman hechos, ficcionan y problematizan. Desde mi mirada, obvio. No desde la de los periodistas de la tele que se compran la Operación Huracán completita. O desde los que leen los medios mainstream con una ingenuidad bobalicona o casi criminal. Y no: no me gusta la literatura fifí. El té y el café me gustan cargados.

 

  1. ¿Weichafe tiene derechamente un afán provocativo en el hecho de darle un contexto al caso Luchsinger que pareciera atenuar los acontecimientos? ¿O la intención es, simplemente, cuestionar los modos en que se ejerce la violencia? ¿Cómo lo ves tú?

Ja. ¿Te parece que se atenuan los acontecimientos? A mí me parecen terribles. Francamente. No hay ninguna intención de atenuar. No hay necesidad. Obviamente que la idea es cuestionar los modos en que se ejerce la violencia. A veces la violencia se ejerce ante la sempiterna y machacante presencia de la brutalidad. Cuando vives sometido por la brutalidad, a veces surge la violencia. La novela termina accionando esa pregunta: ¿hasta cuándo soportamos la brutalidad? ¿Hasta cuándo se puede contener la violencia? La violencia está ahí, en el living de la casa. Mientras nos emborrachamos y nos fumamos un pito. Vuelvo al teatro. Los motores dramáticos son —casi siempre— motores éticos. Es increíble cómo esos motores se accionan en la vida real. A mí me parece que la novela —esa exploración de la realidad, que dice Kundera— está hecha para meterse en esos temas. Para provocar incendios. Y salvar a sus personajes. O eventualmente hacer lo contrario.

 

  1. Tu narrativa, en general, tiende a asentarse en la contingencia, en los temas más sociales y políticos (lo pongo así, aunque seguramente sea redundante), podría decirse que no tiene miedo de situarse en la calle. No me queda claro si hay muchos más escritores en Chile de los que pueda decirse lo mismo ¿Sientes que tienes “pares” dentro de la narrativa chilena? ¿Que hay un grupo de libros que discuten con el presente, lo problematizan como lo hacen los tuyos? Y si la respuesta es afirmativa ¿cuáles serían esos autores y/o libros?

A mí tampoco me queda claro. No me siento parte de nada en la narrativa chilena. No lo digo como algo bueno. Tal vez es algo malo. Tal vez es algo triste. O tal vez no. No he leído tanto como quisiera lo reciente. Obvio que me siento de alguna manera cerca de la Nona Fernández (ella problematiza más la memoria, aunque siempre desde una perspectiva presente). A mí me gusta literalmente escribir en la calle. Con la tele prendida. Me gusta ver cómo lo que voy escribiendo se va impregnando de la realidad. Eso me permite hacer cosas tan desquiciadas como Lacra o Pascua. Y aquí nuevamente tengo que decir que vengo del teatro. Mi maestro Egon Wolff fue —como muchos de los dramaturgos de su generación— un tipo que sentían la necesidad de leer la realidad. De dar su opinión sobre ella. Más cerca, durante la dictadura, Radrigán es dramaturgo clave. Y en la actualidad, Guillermo Calderón o Luis Barrales o la misma Nona o los dramaturgas nuevas como Carla Zúñiga, escriben pensando en lo que está pasando. Con opiniones. No desde el lugar fifí y flanesco. Esa literatura y ese teatro es el que me interesa.

 

  1. ¿Quiénes dirías que son tus principales influencias literarias?, ¿cuáles son tus referentes incluso fuera del ámbito de la literatura?

No soy quién para reconocer influencias. La verdad es que soy muy variado y abierto en mis gustos. Como me gustaría escribir y hacer tantas de las cosas que veo, leo, escucho, termino haciendo estas novelas medio caleidoscópicas. La música siempre ha sido para mí muy importante. Lennon y Charly yo creo que fueron clave. Esa manera de leer el espíritu de los tiempos. Los amo. Y a Dylan y a Prince y millones más. En el teatro, obvio que Egon Wolff. Strindberg. En literatura chilena Donoso, Droguett, Manuel Rojas. Por ellos quise escribir. Kundera, John Irving, Gunther Grass. Y el cine: Pasolini, Haneke, Polanski. Los Monty Python. No sé si son influencias. Son gustos. Autores amigos. Tal vez uno escribe desde las afinidades electivas.

  1. Para terminar, como siempre, déjanos un video de YouTube que hayas visto últimamente.

Esto lo veo siempre. Es la última entrevista a Pasolini. Unas horas más tarde estaba muerto en la playa de Ostia.

UNA FRASE: “Yo creo que escandalizar es un derecho. Ser escandalizados es un placer. Y el que rechaza el placer de ser escandalizado es un moralista.”

G. Soto A.

Cofundador y administrador de Loqueleímos.com. Autor de "Liquidar al adversario" (2019, Libros de Mentira).

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