Historia de Santiago (René León Echaíz)

Historia de Santiago (2017)

René León Echaíz (1914-1976)

Ediciones nueve noventa

ISBN: 978-956-9642-05-0

Páginas 728

 

Hace un par de años los libros de historia volvieron masivamente a los estantes de las librerías, de la mano, principalmente, de best seller del tipo Historia Secreta de Chile y otros similares. La aparición, novedad y revuelo que generó ese tipo de publicaciones trajo aparejada una pequeña rencilla entre los historiadores y él o los autores de estos libros que tienen la pretensión de provocar una relectura de nuestra historia chilena.

René León Echaiz, el autor de Historia de Santiago, El toqui Lautaro, Diversiones y juegos populares chilenos, Historia de Curicó, Prehistoria de Chile Central, Francisco Villota, el guerrillero olvidado, entre tantas otras valiosas publicaciones, tampoco fue un historiador, o no al menos un historiador proveniente de la Academia, aunque llegaría a ser nombrado, gracias a sus investigaciones, miembro de número de la Academia Chilena de la Historia. De él puede decirse que fue un abogado, que fue diputado y que fue, para lo que acá nos interesa, un investigador de nuestra historia patria. Es por eso que hago el símil y, al mismo tiempo, establezco una distancia con el fenómeno editorial que se ha dado en los últimos años.

«Los indios en este momento, de vendedores pasaron a ser compradores. Se sintieron atraídos por las mercaderías que se traían y las pagaban a precios excesivos con oro en polvo. También se vio obligado a intervenir el Cabildo, prohibiendo estrictamente esta forma de pago. Ordenó que solo debía pagarse con oro sellado (“fundido e marcado”), para lo cual instituyó un fundidor y marcador, que ponía un sello real en los tejos a que se reducía el oro que le era llevado. Estos tejos constituyeron la primera moneda que se usó en el comercio en Santiago» (pág. 115, siglo XVI)

Sus libros no se encuentran normalmente en los estantes de las principales librerías —para el caso particular de que se encuentren en una librería que no sea de viejo—y, sin embargo, sus obras son de referencia incluso para los historiadores académicos. Y, no está de más decirlo desde ya: Historia de Santiago es un libro entretenidísimo, muy serio en cómo aborda su tema, pero que sabe destacar detalles poco evidentes, poco ilustrados normalmente a nosotros los legos en estas materias, de forma tal que la lectura de sus más de setecientas páginas se vuelve profundamente amena. Y, además, está repleto de referencias, con una bibliografía abundante, datos bien fundados, etc. Porque no constituyen una mera reinterpretación de la historia ya narrada por otros, sino que son el resultado de una profunda investigación en documentos oficiales, registros públicos, cartas, grabados y otros.

En esta Historia de Santiago, el autor hace un análisis exhaustivo de cómo se conformó la actual capital de Chile, en qué exacto estado se encontraba este lugar —desde la cantidad de aborígenes, cuáles eran sus jefes, cuál fue el recibimiento dado a Valdivia cuando recién llegó, hasta cuál era la vegetación y aspecto general de la zona—. El seguimiento del desarrollo de Santiago es tan meticuloso que ha sido dividido por etapas bien conocidas: la colonia, la fundación de Santiago (siglo XVI), Años coloniales (siglos XVII y XVIII), La república, las etapas correspondientes al influjo de Vicuña Mackenna, Fin de Siglo, y Siglo veinte.

Lo curioso de este libro es que en su pretensión extensiva no solo se demora en hablar de las costumbres, juegos, crecimiento de la ciudad y formas arquitectónicas usadas en las distintas épocas, todo lo que de por sí ya bastaría para hacer de este libro una obra de importancia mayúscula, sino que también se detiene en las anécdotas, o incluso corrige algunos errores populares (como la de la supuesta Posada del Corregidor, que no era de quien dice su nombre, o la incorrecta denominación de Casa de Pedro de Valdivia, que se señalaba en el actual barrio Lastarria). Es en ese permanente quiebre, acompañado de un lenguaje llano, cuando logra hacer que esta publicación sea totalmente recomendable para cualquier tipo de público y no solo para especialistas.

A modo de ejemplo, el historiador va siguiendo la transformación del nombre de las calles, los que siempre están repletos de anécdotas:

«Antes había sido llamada “calle de Tócame Roque”, por uno de esos ingeniosos bautizos criollos. Allí había establecido el Marqués de Casa Real un negocio de venta de esclavos negros, y como estos, para ser vendidos, debían ser “tocados” por un tal Roque que hacía de mayoral, el nombre nació tal vez jocosamente» (pág. 149, Años coloniales)

«Con la apertura de la calle Moneda, el sitio de las monjas Agustinas quedó dividido en dos. Para comunicar ambos sectores construyeron un subterráneo que atravesaba la calle y que, descubierto años después, habría de dar origen a nuevas leyendas en la vida santiaguina.» (pág., 434, La creación de la provincia de Santiago)

«La calle Dieciocho constituyó otro de los sectores residenciales en esta época. Como una excepción al sistema santiaguino estaba pavimentada con madera y por ella traficaban carruajes que iban al paseo vespertino del Parque Cousiño» (pág. 642, El siglo veinte)

 

Y su grado de profundización llega a tanto, que bien podría ser utilizado de referencia incluso para un estudio de la progresión de cómo se trataban las enfermedades en Chile:

«Los remedios expendidos por estas boticas eran en extremo originales. La botica del Hospital San Juan de Dios tenía gran abundancia de sen, cañafístula y canela. La de los jesuitas expendía agua de capón, enjundia de cóndor, bálsamo de calabazas, ojos de cangrejo, sangre de macho, piedra de araña, diente de jabalí, ranas calcinadas, priapo de ciervo, víboras, uña de la gran bestia, unicornio, aceite de lagarto, aceite de alacranes, espíritu de lombrices y pulpa de cañafístula. La botica del Rey, menos surtida que la de los jesuitas, exhibía en sus anaqueles: unicornio, uña de la gran bestia, mandíbulas de pez lucio, ojos de cangrejo, troncos de víbora, sangre de macho, huesos de jibia y estiércol de huichán. ¡Con razón alguien había dicho que “el aumento de las boticas preparaba el aumento de los enfermos”! » (pág. 254, Años coloniales)

 

Historia de Santiago, originalmente en dos tomos y en esta reedición en uno solo, es un rescate no solo necesario y urgente, sino que importante considerando el estado de las decisiones comerciales de algunas editoriales y, al mismo tiempo, es un libro tan enorme en su alcance, que compite en una liga distinta, donde se sitúan más bien las grandes investigaciones históricas, esas que permiten verdaderamente reinterpretar el quiénes somos, y el cómo hemos sido. Se constituye, así, en documento; y en uno que no solo es serio desde cómo aborda su temática, sino que al mismo tiempo entretenidísimo, ameno, culto pero jamás vanidoso. Uno que, gracias a la erudición de su autor que no necesita darse ínfulas, es fácilmente accesible a cualquier tipo de lector con una mínima curiosidad en la historia nacional.

 

 

G. Soto A.

Cofundador y administrador de Loqueleímos.com. Autor de "Liquidar al adversario" (2019, Libros de Mentira).

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2 Comments

  1. says: Gonzalo Tagle León

    Leí la primera edición, fue vital para mi conocimiento como arquitecto, para mi interés por la cultura, en particular por la historia. Encontré en ella poesía en el relato, precisión en los acontecimientos, interpretación de los hechos lejos de prejuicios, anécdotas de gran pedagogía, visión global de lo que fue la vida en cada una de sus épocas. De qué serviría leer una narración sin evocación a la imaginación de los hechos, sin una interpretación fruto de una acuciosa investigación, que va mucho más allá de los acontecimiento propiamente tal? Extremadamente atractiva.
    La nueva edición aporta un formato elegante, grata a los sentidos, muy bien ilustrada con planos, dibujos y fotografías; gran aporte!!
    La historia nos devela el origen, el misterio de la creación, la razón de SER, y por ende, la sustancia de todo lo contemporáneo, sus signos, significados, mensajes, etc. Quienes lo descubren, comunicarlo o transmitirlo, se transforma en su responsable tarea.
    René León Echaiz, la cumplió a acabalidad.

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