Crónica: Vigilia y escritores insomnes

rene burri

Noche y soltería. “Ningún hombre que trabaje por la noche puede conservar a su mujer, si ella vale algo”, asegura un personaje de un cuento de Hemingway, un jugador de póquer que, por añadidura, es un perdedor incorregible. La frase viene de una época que tiene esa visión de la mujer, en la que, en este caso, representa al dinero. Hoy los valores sobre el trabajo y las mujeres son otros; o suelen ser otros. Como sea, todavía la noche representa lo opuesto a la vida común y productiva. A menudo el que no duerme es aborrecido por los demás.

Noche y pensión. Viví dos años en una pensión ruinosa de Playa Ancha, en Valparaíso, donde la mayoría de los hospedados hacía una silenciosa vida nocturna. Durante la madrugada los pasos de todos crujían despacio sobre el piso de madera del caserón. Casi nunca conversábamos entre nosotros, pero había una especie de tácita comunión. Éramos pobres, estábamos solos, comíamos mal. En el basurero del baño siempre encontraba, en lugar de papel higiénico, hojas de diarios arrugadas; nunca supe de quién eran. Creo que fueron años agradables.

Aprendizaje. “Qué habría sido de mí si mis padres no hubieran financiado mis insomnios”. “Se aprende más en una noche en vela que en un año de sueño. Lo cual equivale a decir que una paliza es mucho más instructiva que una siesta”. Ambos aforismos son de Cioran.

Noche e ilicitud. Como muchos, leo y escribo casi exclusivamente de noche, mientras los demás duermen. Como tantos otros, al hacerlo me he visto en la obligación de moverme en un silencio monástico que, aunque pueda parecer incómodo, me gusta porque le otorga a mis jornadas un aire de concentración y de cierta ilicitud. Todos duermen, excepto uno, y esa minucia hace una gran diferencia.

Noche y luz. En una novela de Paul Auster un personaje intenta conseguir una habitación y se la niegan porque descubren su profesión. “Aquí no le rentamos cuartos a los escritores, nunca duermen de noche y gastan demasiada luz”, le explica la casera.

Marcelo. En esa pensión, por un malentendido que ya no recuerdo, la casera me llamaba así. Era simpática y acogedora. Sabía que apenas tenía acceso a la comida casera y me convidaba de lo que preparaba. El nombre equivocado me gustó, ignoro el motivo. Y en una de las habitaciones contiguas a la mía vivía una pareja gay. Ellos también me llamaban así. Algunas noches me invitaban a ver la teleserie Resistiré. En esa pensión comencé por primera vez a escribir e hice esas amistades. Es razonable suponer que lo hice gracias al seudónimo.

Dormitorios de niños. Hay un poema de George Oppen que me impresiona mucho. Se llama “Boy´s room”. Dice: “Un amigo visitó los cuartos/  De Keats y Shelley cerca del lago,/ Y vio que eran “solamente cuartos de/ Niño”, y se conmovió por eso.// Ciertamente, el cuarto de un poeta/ Es el cuarto de un niño. Supongo/ Que las mujeres lo saben.// Tal vez el feo banquero/ Es excitante para una mujer,/ Un hombre, no un niño,/ Jadeando sobre el cuerpo de una muchacha”. (La traducción es de Alejandro Chacón).

Noche e inmadurez. Hay una relación entre la noche y la inmadurez. Pienso en la hora en que los niños de mente inquieta se niegan a ir a dormir. En esa pensión éramos muchos así. Vivíamos en dormitorios diminutos y precarios (algunos no eran de niños, pero en definitiva tampoco eran de adultos), muchos no dejábamos todavía de ser niños y, desde luego, no estábamos preparados para acomodarnos en la máquina. También vivíamos un poco infantilizados: como a los escritores de Auster, la casera nos vigilaba el consumo de luz durante la noche, que disimulábamos mal usando lámparas con ampolletas de 40 watts. Además teníamos prohibidos los hervidores de agua y los microondas, y estaba prohibido entrar con mujeres a los dormitorios durante la noche, lo cual generaba algunas escenas de picaresca.

Algunos insomnes ilustres. Hay toda una línea de escritores nocturnos, de calígrafos de la hora del sueño. Aparte de los ya mencionados, tenemos a William Carlos Williams, que era pediatra y escribía durante su turno de noche, a veces mientras recibía enfermos. Tenemos tal vez a Vicente Huidobro, de quien ignoro sus hábitos, pero portaba unas ojeras impresionantes, rasgo que en su época debió ser considerado elegante. Y también, nada menos, tenemos a Kafka, Joyce y Proust.

Noche y olvido. La noche, si trato de entenderla como una metáfora, da la idea de una masa de oscuridad que se cierne sobre todas las cosas que conocemos. Las cubre, parece esconderlas, pero no las posee. Tampoco las cambia. Vista así, se parece a esa otra forma de oscuridad que es el olvido. Bien lo ha dicho Canetti: los días se distinguen entre ellos, en cambio la noche es una sola. En eso la noche también se parece al olvido.

Ensayo sobre los guardias nocturnos. “Señores míos, yo mismo soy un guardia nocturno, no de profesión, sino diletante. Resulta que no puedo dormir en las noches y, como suele ocurrir con los diletantes, sin ninguna pretensión he llevado esto más lejos que la mayoría de los diletantes”. Este es un aforismo de Lichtenberg.

Palabras vastas. La noche pertenece a ese conjunto de palabras que genera una imagen única y confusa de vastedad, tales como el mar, el pasado, la piel o la locura.

Noche y soledad. ¿Es la noche la ocasión que tenemos para estar totalmente solos? ¿Tenemos otra soledad así de absoluta y suspendida que no sea la muerte?

Nicolás Campos F.

Colaborador de Loqueleimos.com. Escritor. Autor de la novela La Distancia (2013). A veces actualiza el blog La nube errante.

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