La escritura como procedimiento de intensidad – Presentación “No le debo nada a bolaño” de Nicolás Cruz Valdivieso

No le debo nada a Bolaño

El crítico es el investigador y el escritor el criminal.

Ricardo Piglia.

Por: Juan Pablo Sutherland

Los espejos y las representaciones internas

¿Cuál es el deseo tras la escritura de Nicolás Cruz? ¿Cuál es la maña o la trampa inscrita en estos cuentos o relatos? Quizás lo obvio y lo inicial sea una escritura pensada para sí misma. Una escritura que juega en su interior a evidenciar el abismo en una operación de espejeos (la tela, el pintor, el reflejo del príncipe mongol, el tiempo y la niñez, la monstruosidad pensada en la normalidad y sus efectos en la cotidianeidad), eso como primer artefacto sutilmente hilvanado donde el príncipe mongol refleja un proyecto de escritura no menor, pues su horizonte es lejano e incierto, como atravesando una estepa mongoliana, es decir, la escritura presente en este primer diseño, juega como una caja de pandora a inscribir un lenguaje del extrañamiento, evocadora y precisa metáfora de los niños inconclusos, como posibilidad de pensar el cuerpo y la diferencias en un abismo extremo, en proyección del efecto al borde del preciosismo barroco o neobarroco. Me interesa la forma en que el narrador exhibe y pone en escena diferentes mundos, dispares e imposibles, casi como relatos arquetípicos de la perdida, del abandono. En el caso de “La pierna de Rimbaud”, asistimos a una parodia o reinvención del mito poético, la pierna del poeta convertida en pieza, en ortopedia del fracaso de los otros, Gerard, hombre viejo que se pierde y se encuentra en el delirio de esa pierna, casi como la pierna propia. ¿Qué es una pierna? ¿Qué es una extremidad rodeada de la visión aurática del poeta que funda la modernidad literaria? Es un juego, una visión, una performatividad de la escritura, puesto que aquí la pierna  es vestigio de un rastro, de un cuerpo despegado, una pierna como presencia en la medida que falta el cuerpo del otro. La pierna que juega a ese lugar imposible, ese lugar que anula la presencia, y la presencia es la escritura o el mundo disponible para vivir. Dos personajes inútiles para la consagración mitica de un dandy maldito de la literatura francesa, dos inútiles, dos clochards seducidos en la inutilidad del flanereo monstruoso, cargando una pierna. Cargando la pierna de un poeta-traficante, de un poeta-vividor. Interesa la desaparición del aura y la fusión de lo inútil como lenguaje posible contra la productividad burguesa y la propia productividad interna del texto.

Nicolás Cruz, es el autor, pero los narradores sueltos en cada cuento se vuelven animales o bestias que olfatean la falla y el desencanto, la utopía quebrada de la comunidad o de la familia, la hipérbole final de una intensidad, de un acontecimiento. Aquí cada historia exhibe, voyeristamente, una derrota, que corre fija además con cierta idea o poética de la escritura. Diría que estos textos son la puesta en escena de una intensidad. En “Flores de riachuelo”, las flores, la madre muerta, las putas y el amor-tráfico en el sexo, es una idea circular donde se une lo vivido como perdida. Lo no vivido como utopía, el cuerpo de Albana, la puta cargada de aura, como la escritura cargada de imposibilidad, la madre muerta como sentencia de lo no accesible, vuelve a señalar la posibilidad de la cotidianeidad como infierno doméstico. La frontera posible de estos cuentos dibujan la línea o una frontera donde la vida cotidiana es paródica e infernal. En “Aprendices de chacal” el éxtasis bizarro y el fetichismo escénico de los personajes, junto al narrador, nos dicen que no hay futuro en la normalidad social de la ciudad sitiada, es mejor vivir en el éxtasis permanente de las tocatas en una ciudad donde la estética de la ruina es su padecer incesante, la ruina como experiencia estética de un éxtasis que no llega nunca, o de una pulsión que requiere ser compartida y no hay posibilidad de sanación. La enfermedad se asume como triunfo de experiencia, la bizarrerìa es sinónimo de normalidad donde no hay posibilidad de vivir de otra forma. El éxtasis aquí como derrota e imposibilidad.

En “Tienes que contarme tu secreto”, asistimos o revisamos el sexo, el cuerpo, la banalidad del deseo, la historia oculta, espacios de confesión y secreto, espacios donde vemos un secreto operado a través de una cotidianeidad que abusa de sí misma. El viejo que requiere carne nueva como vampiro que asume su muerte, pero que requiere la vida de los otros. El deseo o la muerte del deseo puesto como condena, como sentencia y como ruina. Comparte el mismo camino “El oficinista”, aquel que transita en la derrota de su experiencia y la crisis de su vivencia. La crisis de una masculinidad engañada por otras masculinidades, pero que se presentan con el espejismo de la mujer mala y traidora, crisis del hombre y derrota de su erección empoderada. Hombres que son espectros de la idea de sí mismos.

Masculinidades en el closet y  la muerte como tributo a la escritura

En “Un tango amargo para la masculinidad”, quizá ese vértice de la melancolía decimonónica que construía a las mujeres al borde de la anemia o sufriendo con sus pérdidas de amor ido, quizás eso me evoca este cuento, donde la masculinidad fraternal se hace eco de una ausencia y presencia de deseo. Creo que este cuento es absolutamente homoerotico, la cadena de significación que construye un Gardel mítico, morocho y arquetípico del triunfo masculino, exitoso, la estrella que lo tiene todo, pero sin embargo contiene una turbación. El amigo, la sombra del narrador junto a la estrella que ilumina. El sexo triangular compartido, donde los personajes conjugan el sexo de una puta polaca que los une como puente imposible de un cuerpo cómplice entre ellos. Es lo masculino hegemónico haciéndose trampas, dibujando un puente con lo femenino como representación de la fraternidad. Es interesante lo elusivo de la escena, las miradas en el propio éxtasis sexual donde se miran, pero cada  uno eyaculando en otro cuerpo o en el abismo. La liminalidad del encuadre construye luego, así como como el tango, la tragedia masculina de la separación. Lo afectivo puesto en la fraternidad como clave que no abre la materialidad del cuerpo. Evocación y borradura del deseo, el tango es amargo, es una tautología, como lo es la melancolía que extraña la perdida. En ese horizonte, donde la muerte adquiere el deseo y la clausura, arribo al cuento que le da el título al conjunto de textos. “No le debo nada a Bolaño”. Quizá el cuento que debí analizar al inicio y no al final. Pues de alguna manera, este cuento es el Ars Poetica del autor, como un plan de vuelo, de guía, donde importa el procedimiento metaliterario, que conjuga el espectro de la firma, la referencia del escritor famoso que carga a estas alturas el espacio mítico del escritor que asume la escritura como totalidad. Y no hablo del escritor exitoso a secas, pues la medida del éxito es relativa, aunque Bolaño a estas alturas representa o acusa maneras múltiples de ser autor y de incluso despreciar lo que algunos consideran exitoso. En ese horizonte el personaje, o el narrador, comparecen sospechosamente como  el narrador paródico de los gustos del sicario (otro cuento de la colección) en la idea de la figura del escritor, de la mediación de la escritura y la creación como exigencia e imposibilidad del medio. El personaje, autor joven angustiado por la derrota de su escritura, realiza el gesto fúnebre del entierro de su escritura en una carta, texto que el personaje inscrito como Bolaño responderá.  Es interesante la idea de un personaje salido del posible mundo imaginario de Bolaño despidiéndose del autor. Es revelador  que el procedimiento, o la historia, lo que precisa es el juego de la escritura, y la banalidad propia de lo “literario”. Lo que cuenta es lo residual, es decir, aquello que camina fuera del círculo del canon literario. El cierre del cuento es la expresión de la propia escritura siendo derrotada por la muerte o incluso la propia escritura triunfando para el éxtasis del lector. ¿Quién se cuelga? Cuelga la idea de una escritura que expone su propia imposibilidad. Quizá el suicidio no reside en el cuerpo del personaje, es la escritura misma la que ronda, ejercicio para continuar apropiándose de la muerte como pulsión básica del deseo de vivir y de provocar el acontecimiento y extrañamiento como toda buena escritura.  Nicolás Cruz se hace cargo finalmente de pensar la escritura como constante vuelo paródico de nosotros mismos y la realidad.  La lista de los concursos obtenidos por el autor coincide felizmente con la metaliteratura del personaje que nos dejó el Bolaño del libro. A estas alturas Nicolás Cruz le debe a sus personajes todo su mundo.

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